Ya San Justino en el año 150 de la era cristiana, da testimonio de la institución oficial del ministerio de lector, que era “instituido cuando el obispo le entrega el libro” según nos dice la Traditio apostólica de San Hipólito.
Las Constituciones apostólicas escritas en torno al año 380 nos transmiten una hermosa oración para instituir lectores: “Dios eterno, Tú, que en la antigüedad instruiste a Esdras, para que leyera tus preceptos a tu pueblo, instruye ahora, te lo suplicamos, a este siervo tuyo y concédele que cumpla de manera irreprochable el oficio que se le ha confiado. Por Cristo, a ti la gloria y la veneración, en el Espíritu Santo, por los siglos. Amén”.
El Lector queda instituido para la función, que le es propia, de leer la palabra de Dios en la asamblea litúrgica. Por lo cual proclamará las lecturas de la Sagrada Escritura , pero no el Evangelio, en la Misa y en las demás celebraciones sagradas; faltando el salmista, recitará el Salmo interleccional; proclamará las intenciones de la Oración Universal de los fieles, cuando no haya a disposición diácono o cantor; dirigirá el canto y la participación del pueblo fiel; instruirá a los fieles para recibir dignamente los Sacramentos. También podrá, cuando sea necesario, encargarse de la preparación de otros fieles a quienes se encomiende temporalmente la lectura de la Sagrada Escritura en los actos litúrgicos. Para realizar mejor y más perfectamente estas funciones, medite con asiduidad la Sagrada Escritura.
El Lector, consciente de la responsabilidad adquirida, procure con todo empeño y ponga los medios aptos para conseguir cada día más plenamente el suave y vivo amor, así como el conocimiento de la Sagrada Escritura , para llegar a ser más perfecto discípulo del Señor.