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SANTOS PROTECTORES

Los religiosos en la Fraternidad veneramos con especial devoción, de entre todos los Santos, a tres en especial: San Juan Bautista de la Salle, Santa Teresita del Niño Jesús y San Benito. Y a ellos dedicamos este mes de Abril.
De su vida y enseñanzas vamos aprendiendo a servir mejor y más ardientemente a Nuestro Señor, a agradarle cada día más y a hacer eficaz nuestro servicio “en la Casa del Señor”.
Queremos en este número compartir muy brevemente algunos aspectos que son útiles a la vida de todo cristiano, sea o no religioso.

De San Benito son admirables sus enseñanzas en la vida litúrgica:  Terminada su misión redentora en la tierra, Cristo dejó a su Iglesia -su amadísima Esposa- el encargo de perpetuar a través de los siglos aquella incesante “alabanza de gloria” comenzada por Él en la tierra y continuada en el cielo como Cabeza de su Cuerpo místico hasta el fin de los siglos (Cf. Hebre 7, 25). He aquí la liturgia, o sea, la alabanza de la Iglesia unida y apoyada en Cristo. Es la “voz de la Esposa” -vox sponsae- que Dios escucha siempre con particular complacencia y que tiene, por lo mismo, una eficacia incomparable ante su divino acatamiento.

El espíritu de fe hace meritorias todas nuestras acciones, por pequeñas e insignificantes que sean en sí mismas. Porque las acciones son producidas por los pensamientos y los afectos y, por lo mismo, reciben todo su valor del principio de donde emanan: “Si la raíz es santa, también las ramas”
  Todo es meritorio en la vida del justo, precisamente porque vive de la fe. Si hace oración es en espíritu de fe; si habla, si lee, si escribe, es en espíritu de fe; si alimenta su cuerpo o concede algún descanso a su inteligencia, es siempre en espíritu de fe. Todos los acontecimientos de la vida, agradables o dolorosos: la salud, la enfermedad, el honor, el menosprecio…, todo es dirigido por él al término de la fe. Y así aumenta sin cesar el tesoro de sus merecimientos: todas sus obras son obras de santificación, precisamente porque todas ellas provienen de la fe.


La fidelidad a las cosas pequeñas por amor es uno de los rasgos más característicos del espíritu de infancia espiritual y, a la vez, señal distintiva de un espíritu gigante. “Lo que es pequeño es pequeño-decía San Agustín-; pero ser fiel a lo pequeño es una cosa muy grande”. Es el amor lo único que da valor y excelencia soberana a estos actos insignificantes. La caridad es el alma de toda la vida sobrenatural y la que convierte en oro de ley los más insignificantes actos de virtud.



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