En Septiembre toda nuestra
atención está centrada en la
Exaltación de la Santa
Cruz y al pie de la misma, nuestra Madre Dolorosa.
Publicamos en esta ocasión la Homilía pronunciada por el
P. Manuel Mª de Jesús hace dos años en la Iglesia del Salvador de Toledo, donde nos invita
a recibir y agradecer cada una de nuestras cruces haciéndolas fructificar en
bien de las almas.
“En la Fiesta litúrgica de los
Siete Dolores de la
Santísima Virgen María la Iglesia nos ofrece en la Sagrada Liturgia
las palabras de Jesús en la Cruz :
“Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípulo: Ahí tienes a tu
Madre”.
Os propongo que en este día
renovemos de una manera particular nuestra conciencia de ser hijos de la Virgen María. Y
renovemos también nuestra acción de gracias al Señor por el inmenso y dulce don
que nos ha hecho desde la Cruz
al darnos por Madre a su propia Madre. En el maravilloso plan de redención
trazado por Dios convenía que fuese así: la Madre de Cristo, Cabeza de la Iglesia , ha de ser también
la Madre de
todos y cada uno de los miembros del su Cuerpo Místico. De esta forma la Virgen Santísima ,
por designio y libre elección de Dios, es la Madre del Cristo total: de la Cabeza que es Cristo, y de
los miembros, que son todos los regenerados por el Santo Bautismo.
“La Reina del cielo y Señora del
mundo, Santa María, estaba dolorosa junto a la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo”. Misteriosamente,
pero de manera consciente, quiso Jesús hacer pública manifestación de la
maternidad de la Virgen
respecto de los miembros de su Cuerpo Místico en el momento dramático y solemne
de su sacrificio en el altar de la
Cruz.
¿No deberíamos entender que
nuestra condición de hijos de Dios e hijos de María es el fruto precioso de la
oblación de Cristo en la Cruz ?
¿No deberíamos entender que María, triste y dolorosa al pie de la Cruz , es verdadera Madre
nuestra porque con su dolor, plenamente asociada a su Hijo, Siervo Sufriente y
Varón de Dolores, ha colaborado a que naciésemos los fieles a la vida de la
gracia, vida sobrenatural y divina? ¡Qué gran misterio, pues la Virgen Inmaculada
que sin dolor alumbró a su Hijo en Belén, nos alumbra a nosotros, hermanos de
su Hijo, entre Dolores de martirio y de muerte! ¡Tal es el precio que Jesús y
María han pagado por nuestra Redención!
Ciertamente, María es la
criatura, la Mujer ,
la Madre
íntimamente unida y asociada al Redentor; con una misión única y singular
recibida de Dios, la misión de contribuir con su entrega, con su sacrificio y
con su dolor a la obra de la regeneración del género humano.
Es infaliblemente cierto que
sólo Nuestro Señor Jesucristo es el Redentor del género humano y que sus
méritos de Redentor son sobreabundantes. Su oblación y su sacrificio son
perfectos. Pero, no es menos cierto que la Providencia Divina
en su infinita sabiduría quiso asociar al Redentor a Aquella a quien eligió por
Madre de Dios Hijo y Madre de los hijos de Dios.
Al celebrar los Siete
Dolores de la
Santísima Virgen María, los Dolores que Ella padeció y
ofreció con amor desde la
Anunciación hasta el Calvario, nosotros hemos de recordar que
el espíritu de oblación, de sacrificio y de penitencia forman parte de nuestra
vocación de cristianos, discípulos y seguidores de Cristo. La presencia del
dolor y del sufrimiento en nuestra vida, bien sea de un modo fuerte y
dramático, o bien a través de las pequeñas dificultades y cruces de cada día,
podemos transformarlo, a imitación de Nuestra Madre Dolorosa, en una ocasión
privilegiada para manifestar nuestro amor a Cristo crucificado y a nuestros
hermanos. Unidos, a través de nuestra propia oblación y sufrimiento, a Jesús y
a María, podemos ejercitar el sacerdocio bautismal y contribuir a la obra de la
corredención del género humano, ofreciendo nuestros trabajos, dolores,
penitencias y sufrimientos “Por Cristo, con Él y en Él”, en unión de Nuestra
Madre Dolorosa por la salvación de todos los hombres”.