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DE SAN NICOLÁS A SANTA CLAUS


El espíritu de dádiva ha estado siempre integrado en la Navidad. 
Cada país lo demuestra de una manera especial y bajo distintos atavíos. 
En España, este espíritu de dádiva está representado por los tres Reyes Magos, que reparten regalos a los niños que duermen. 
En Italia, es la Belfana, una anciana, quien trae los presentes. 
Y en Suecia, es un pequeño elfo encantador, Yul Tomten, quien entrega los regalos. 
Yul Tomten, igual que los demás, procura no ser visto o sorprendido, y sólo acude de noche o cuando empieza a amanecer. 
Afortunadamente para los norteamericanos, está también el buen San Nicolás, que, cuando llegó a América, se convirtió en santa Claus.

Hace mucho tiempo, nació un niño en un país lejano. Se llamaba Nicolás y, desde su primera infancia, demostró de muchas maneras que amaba a Dios. Cuando fue mayor, le nombraron obispo, y empeló las grandes riquezas que Dios le había dado en ayudar al prójimo. Nicolás no quería que nadie se enterase de sus obras de caridad; pero, una vez, fue sorprendido cuando dejaba uno de sus regalos en plena noche.
El espíritu de dádiva de Nicolás era tan grande que muy pronto se extendió su fama por toda Europa. El obispo Nicolás se convirtió en san Nicolás, y son muchas las historias y leyendas que nos hablan de sus maravillosas acciones y de su generosidad para con todos… y especialmente para con los niños.
Incluso actualmente, los niños de otros países esperan ansiosamente su llegada el 6 de Diciembre, fiesta de San Nicolás, que es cuando trae sus regalos.
Los holandeses adoptaron hace mucho tiempo a San Nicolás como su espíritu de dádiva, y, cuando se establecieron como colonos en América, llevaron con ellos a San Nicolás. Los holandeses sabían que sus hijos se habrían sentido muy solos sin él.
En New Amsterdam, que más tarde se convirtió en Nueva York, se veían imágenes del santo, alto y delgado, con su mitra y su larga y roja túnica de obispo, en toda la ciudad. Los niños holandeses daban a san Nicolás el epíteto cariñoso de Sinter Klaus.

Ahora bien, cuando los hijos de los ingleses se habían establecido en América vieron que Sinter Klaus traía siempre regalos a sus vecinos holandeses, pidieron que Sinter Klaus, o Santa Claus, según pronunciaban ellos, les visitase también. Y, como Santa Claus  quiere a todos los niños, pronto llenó los zapatos ingleses igual que los zuecos holandeses.
Al americanizarse los ingleses y cambiar, con el tiempo, el habla, la indumentaria y los transportes, estos cambios afectaron también a san Nicolás, o Sinter Klaus, o Santa Claus. Su alta mitra siguió siendo puntiaguda, pero no rígida como antiguamente, y se añadió una borla blanca en su punta. La roja túnica de obispo de San Nicolás se convirtió en un vestido rojo ribeteado de piel blanca, ¡y nuestro santa Claus engordó mucho! En Norteamérica, la víspera de Navidad viaja en un trineo arrastrado por renos, en vez de hacerlo a caballo el 6 de diciembre, como en Holanda. ¡Y santa Claus se ha vuelto más y más sonriente!

Sin embargo, el espíritu de dádiva sigue manifestándose de muchas maneras, y, ya se llame “Père Noël”, como en Francia; o su traducción de “Papá Noël”, como en España; “Weihnachtsmann”, como en Alemania; “Father Christmas”, como en Inglaterra; o “Sinter Klaus”; o “Santa Claus”; conmueve los corazones de los niños en todas partes. Y, con cada juguete y regalo que deja, da una parte de sí mismo…, un regalo que espera que guardemos para siempre: el espíritu de dádiva.
Del libro “Sigue a la estrella”  por Mala Powers