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SANTO PADRE: TU ES PETRUS!



¡Tú eres Pedro! La roca visible sobre la que Cristo ha fundado su Iglesia Santa.
¡Tú eres Pedro! Vínculo de unidad y de comunión de los hijos de la Iglesia con Cristo y con los hermanos.
Benedicto XVI, ¡Tú eres Pedro! Humilde trabajador en la viña del Señor que es la Iglesia y el mundo entero.
A lo largo de estos casi ocho años Tú nos has conducido hasta la Piedra angular que es Cristo, Maestro y Señor nuestro.
No has cesado de anunciar con dulce voz y con fe firme que Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida.
Has proclamado abiertamente que Cristo lo da todo y no quita nada.
Nos has recordado con humildad y con
valentía que sólo ante Dios hemos de arrodillarnos, nunca ante el mundo.
Nos has recordado permanentemente las altas exigencias que comporta el ser hijos de Dios.
Tu palabra de padre, hermano y amigo, ha sido en todo momento palabra luminosa, encendida, ilusionante. Pero también palabra provocadora, como provocador es el evangelio de Jesús. Penetrante como espada de doble filo como lo es la Palabra de Dios, Palabra viva y eficaz.
Desde el primer instante de tu Pontificado, vivido como servicio a Cristo, a la Iglesia y a la humanidad, fuiste signo de contradicción y bandera discutida. Pesada cruz que ejemplarmente cargaste sobre tus hombros ya cansados por el desgaste de tu dilatada vida. Cruz a la que te has abrazado y que en ningún momento has descargado de tus hombros, porque siempre has tenido la viva conciencia de ser siervo de Cristo -servus servorum Dei-.
Como el Pedro covertido después del Resurrección del Maestro, Tú no has buscado tu propia gloria sino la de Cristo.
No has buscado el aplauso del mundo, sino únicamente el ser servidor de la Verdad.
Has reinado sirviendo.
Has apacentado sufriendo.
Has sembrado con lágrimas.
Has guiado la nave sin soltar ni por un momento el  timón, pero dejando que las manos del Timonel invisible se juntaran y confundieran con las tuyas. Tus manos agarradas al timón fueron dóciles y se dejaron dirigir confiadamente por Aquél que tiene el poder de caminar sobre las aguas y de increpar la furia de los vientos y los oleajes de la mar.
Has soportado fuertes tormentas, has luchado contra los vientos huracanados, pero sin que en ningún momento se desdibujase en tu rostro el gesto de la dulce confianza, siempre seguro de que la fe es la fuerza que vence al mundo.
En las oscuras y frías noches de inclemencias y tempestades te hemos visto invocar a la Estrella, acudir a María, confiar en Aquella que es Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Madre de todos los hombres.
Sin embargo, no han sido los asaltos del mundo ni sus brutales embestidas la causa de tus mayores sufrimientos.
Tu corazón gastado y herido se ha visto oprimido por la falta de unión y de comunión en el seno de la Iglesia.
Sólo Dios conoce cuánto ha sufrido tu corazón paternal, hasta el extremo de tener que gritar y suplicar a todos los miembros de la Iglesia, los Pastores y los fieles, que cesemos de mordernos y devorarnos los unos a los otros.
Sólo Tú sabes los motivos profundos y verdaderos que meditados en la presencia de Dios te han llevado a tomar la decisión que hoy a muchos  nos provoca un triste sentimiento de orfandad en el corazón.
Sabemos y creemos firmemente que es Cristo quien conduce y guía la nave de su Iglesia.
Sabemos y creemos firmemente que el Espíritu del Señor no abandonará nunca a la Iglesia.
Sabemos y creemos firmemente que el poder del infierno y las fuerzas del mal nunca prevalecerán  contra ella -portae inferi non praevalebunt adversum eam-
Beatísimo Padre: con el sentimiento de profunda gratitud por el precioso servicio de tu ministerio, también muchos sentimos la necesidad de pedirte perdón e implorar al Señor que nos perdone.
Pedimos perdón porque quizás ante tus llamadas paternales hemos sido soberbios  y superficiales.
Porque a tus enseñanzas hemos respondido con arrogancia y desinterés.
Porque hemos estado más pendientes de los eslóganes mundanos que de tu Magisterio.
Porque te hemos dejado solo ante los ataques de los lobos.
Porque no te hemos apoyado suficientemente con nuestra oración.
Porque no hemos sabido ver tu sufrimiento callado y silencioso.
Porque no hemos sabido valorar suficientemente el gran don que el Señor nos hizo  regalándonos tu persona al servicio de la Iglesia.
En definitiva, porque no hemos sabido estar a la altura del don de Dios.
Gracias, Benedicto XVI:
El Papa servidor de la Verdad.
El Papa de la adoración y de la contemplación.
El Papa liturgo y maestro de los sencillos.
El Papa de la belleza como camino para acercar Dios a los hombres y los hombres a Dios.
El Papa constructor de unidad y de comunión.
El Papa maestro de lo esencial.
El Papa humilde y tenaz.
El Papa fuerte que ha encarado a los lobos.
El Papa siervo de Cristo.
Un Papa Magno.
Gracias, Santo Padre. Contigo damos gracias al Señor y elevamos súplicas por la Iglesia en esta hora tan especial.

Hermanos de la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina