Estando la Virgen en el establo de Belén, salió de Ella, como un rayo
del sol sin romper ni manchar el cristal de su pureza, el Hijo divino que hasta
entonces había llevado consigo en su seno. De esta manera la concepción y el
nacimiento de Jesucristo, todo fue limpísimo y castísimo.
Encarnó por la acción de la Santísima Trinidad, si bien formó el cuerpo
de Cristo del cuerpo de la Santísima Virgen; pero de una manera mucho más pura
que como se forma el rocío de la mañana. Por eso decía el Profeta, pidiendo a
Dios la venida del Mesías: “Rociad, oh cielos, desde arriba, y las nubes
lluevan al Salvador”. Y nació como un rayo purísimo del sol que brotó de la que
era alba del día, y aurora de la Redención.