Este mes de Febrero lo vivimos en torno a la Sagrada Familia , escuela única donde se aprende la práctica de todas las virtudes: Escuela de Fe, Esperanza y Caridad; Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza.
¡Cuánta necesidad tiene nuestro mundo de contemplar la familia de Nazaret!. Nuestro Señor Jesucristo vino a enseñarnos cómo tenía que ser una auténtica familia, vino a santificar la familia, mostrándonos la grandeza que se esconde detrás de la sencillez familiar.
Es el instrumento de santificación para todos los miembros: padre, madre e hijos cuando cada uno sabe ocupar su lugar y llevar a cabo su función. Nos basta repetir aquí la carta de San Pablo a los Efesios para saber cuál es el lugar de cada miembro:
“Sean dóciles los unos a los otros por consideración a Cristo: la mujer a su marido, como si fuera el Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia , que es su Cuerpo. Así como la Iglesia es dócil a Cristo, así también la mujer debe ser dócil en todo a su marido.
Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. Él la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo.
Nadie menosprecia a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida. Así hace Cristo por la Iglesia , por nosotros, que somos los miembros de su Cuerpo. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne. Este es un gran misterio: y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia. En cuanto a ustedes, cada uno debe amar a su mujer como a sí mismo, y la esposa debe respetar a su marido.
Hijos, obedezcan a sus padres en el Señor porque esto es lo justo, ya que el primer mandamiento que contiene una promesa es este: Honra a tu padre y a tu madre, para que seas feliz y tengas una larga vida en la tierra.
Padres, no irriten a sus hijos; al contrario, edúquenlos, corrigiéndolos y aconsejándolos, según el espíritu del Señor.”
Esta característica es propia de los padres temerosos de Dios: la generosidad para con la sociedad y para con sus propios hijos, buscando su bien y ayudándolos a descubrir el plan que Dios tiene preparado para ellos desde toda la eternidad. Querer servirse de ellos egoístamente es un acto vil que sólo alcanzaría la desgracia propia y la de los hijos. Una de las tareas más hermosas de los padres es enseñar a volar a los hijos para que encuentren su lugar en la vida.
Cuando una familia vive todos estos consejos con espíritu de fe y humildad, se convierte en un verdadero cielo ya aquí en la tierra. ¡Qué alegría y qué remanso de paz es para el Corazón de Dios una familia obediente a Él! Es como un jardín en el que Dios pone su morada y se manifiesta cercano al hombre como lo hizo en un principio en el paraíso.