Dios Padre en su amorosa providencia y sabio gobierno, eligió al joven José, descendiente de David, y lo llamó a ser custodio y guardián de sus más preciados tesoros sobre la tierra: Jesús y María.
San José los ama y protege como a criaturas predilectas de Dios y que Dios mismo le encomendó custodiar, guardar y amar; ama a María con un amor verdaderamente esponsal, purísimo y virginal y ama a Jesús con toda la ternura de un verdadero padre.
San José conoce lo grande de su misión desde que el Ángel del Señor le revela el origen del misterioso embarazo de María, e inmediatamente recibe a la Virgen en su casa siguiendo con heroica prontitud y exactitud la llamada de Dios. José es consciente de la responsabilidad y gravedad que supone la obediencia al cumplimiento de los planes de Dios. Su misión se le presenta como soberanamente grave. Es un peso exaltante y abrumador a la vez.
Pero sabe que Dios lo quiere así y que, deberá callar sus temores y sus dudas. Está dispuesto a encarar esa responsabilidad, convencido de que Dios le ayudará. Y a la vez es feliz de ser elegido por Dios para custodiar a María y a Jesús, Ella la bendita entre todas las mujeres y a quien todas las generaciones llamarán bienaventurada y Él, el Salvador, el Mesías esperado durante generaciones y prometido a su antepasado David.
San José se define en el Evangelio de San Mateo como “un hombre justo”, el mejor elogio que un joven judío podía recibir. La palabra justo, en el lenguaje bíblico, designa el compendio de todas las virtudes. El justo del Antiguo Testamento es el mismo que el Evangelio llama santo. justicia y santidad expresan la misma realidad.
El justo es el que se abstiene del mal y hace el bien, el que tiene un corazón puro y es irreprochable en sus intenciones, el que en su conducta observa todo lo prescrito con relación a Dios, al prójimo y a uno mismo. El justo no hace nada sin preguntarse lo que Dios manda o prohíbe: le alaba, le enaltece y bendice su nombre, le merece una confianza sin límites, le presta una obediencia diligente. Conserva, además, su corazón limpio de orgullo, de ambición, de ansia de riquezas. Con su prójimo, practica la sinceridad, la rectitud y la lealtad; le horroriza la mentira, la duplicidad y el fraude. Se esfuerza por ser bueno, bienhechor, compasivo; por atender con amor a quienes necesitan consuelo y socorro. Ejercita, en una palabra, las obras de misericordia temporales y espirituales en toda su plenitud.
En la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina, no podía ser de otra manera, junto a Jesús y María no puede faltar San José, eficaz Padre y Guardián de nuestras vidas. Cada mes de Marzo lo dedicamos a él, así como la Santa Misa de cada miércoles.