“El alma fiel, al venerar el Corazón de Jesús -nos dice el Pastor Angélico-, adora juntamente con la Iglesia el símbolo y como la huella de la Caridad divina, la cual llegó también a amar con el corazón del Verbo Encarnado al género humano, contaminado por tantos crímenes”.
Cuanto más meditamos y contemplamos el Corazón de Jesús, más precioso, adorable y misterioso nos resulta.
Dios toma un corazón de carne que fue formado del cuerpo Inmaculado de María. El corazón más noble y puro que existió jamás, le sirvió a Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, para amar a su Madre, a José, a sus familiares, amigos y conocidos, amó con ese mismo Corazón a la humanidad toda: buenos y malos de todos los tiempos y lugares.
El Amor, que es el motor que empujó al Padre a la obra Creadora, al Hijo a la obra Redentora y al Espíritu a la obra Santificadora del género humano, ese Amor palpita en el Corazón de Jesús y es visible encerrado en el misterio de la Eucaristía. Ese Corazón se esconde en la Sagrada forma de la misma manera que la Divinidad se ocultó en la humanidad de Jesús. De la misma manera que mirando a Jesús sus contemporáneos, miraban a Dios; ahora nosotros, mirando la Eucaristía, miramos al Divino Corazón.
Este Corazón roto por la lanza es la manifestación sublime del amor de Dios. Que habiendo amado al género humano pecador -y todos somos pecadores- y habiéndose dado por completo con un amor misericordioso del que Es a los que no somos, recibe la terrible paga del intento por parte del hombre de querer quitarle el Ser: darle muerte, atravesar su Corazón, destrozar la Vida.
Pero el amor de Dios es más terrible que el odio del hombre: con este mismo Corazón atravesado, continúa amando al género humano. Persevera palpitando por amor a los hombres, creados a imagen y semejanza suya aunque deformados por el pecado.
La meditación, contemplación y entendimiento de estas realidades es para volverse locos.
Contemplar el Corazón de Jesús es contemplar el Amor infinito de Dios, digno de todo honor, gloria y alabanza. Dar culto al Corazón de Jesús debe ser, además de una obligación para cada uno de nosotros, también una necesidad que brote de nuestros corazones agradecidos, arrepentidos, anonadados y enamorados de Jesús con un amor fresco, puro y espontáneo.
Nadie está excusado de manifestar públicamente este amor al Corazón de Jesús ni de tributarle culto público. No podemos callar las grandezas de Dios porque si nosotros calláramos, gritarían las piedras.
A la grandeza de este Amor hemos de responder con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas del propio ser.
El Papa Pío XII nos dice lo bueno y saludable que es para el hombre dar culto a este Corazón Divino:“Purifica las almas, las llena de consuelos sobrenaturales y las mueve a alcanzar las virtudes todas. Razón tenemos para considerar este culto, el inapreciable don que el Verbo Encarnado ha concedido a la Iglesia , su mística Esposa, en el curso de los últimos siglos”.
Terminamos uniéndonos a los deseos del Venerable Pío XII, al concluir su encíclica Haurietis aquas: “Expresamos la esperanza de que, con la divina gracia, aumente cada vez más la devoción de los fieles al Sagrado Corazón de Jesús, y así se extienda más por todo el mundo su imperio y reino suavísimo: reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz.”