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LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE JESÚS


Nos remitiremos en esta ocasión a las hermosas palabras de San Juan Crisóstomo sobre la Sangre preciosa de Jesús: “Esta Sangre, dignamente recibida, ahuyenta los demonios, nos atrae a los ángeles y al mismo Señor de los  ángeles... Esta Sangre derramada purifica el mundo... Es el precio del universo, con ella Cristo redime a la Iglesia... Semejante pensamiento tiene que frenar nuestras pasiones. Pues ¿hasta cuándo permaneceremos inertes? ¿Hasta cuándo dejaríamos de pensar en nuestra salvación? Consideremos los beneficios que el Señor se ha dignado concedernos, seamos agradecidos, glorifiquémosle no sólo con la fe, sino también con las obras".
Llevar a la práctica la invitación de San Juan Crisóstomo de vivir conforme a este pensamiento de la sobreabundancia de gracia derramada por Cristo en su Sangre Redentora como si de vino embriagador se tratase, produciría en cada persona un cambio en las costumbres de vida tales que se volverían más a Dios, enteramente a Dios y sólo a Dios.
También el primer Papa nos lo dice: "Vivid con temor todo el tiempo de vuestra peregrinación, considerando que habéis sido rescatados de vuestro vano vivir no con plata y oro, corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha!". Y San Pablo nos lo recuerda también "Habéis sido comprados a gran precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo".
Finalmente en la Carta apostólica Inde a Primis expresa con claridad, el Beato Juan XXIII, que vivir en torno a los misterios de Dios, en concreto el Misterio de la Sangre Redentora es la Salvación de la humanidad entera: “¡Cuánto más dignas, más edificantes serían sus costumbres; cuánto más saludable sería para el mundo la presencia de la Iglesia de Cristo! Y si todos los hombres secundasen las invitaciones de la gracia de Dios, que quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, pues ha querido que todos sean redimidos con la Sangre de su Unigénito y llama a todos a ser miembros de un único Cuerpo místico, cuya Cabeza es Cristo, ¡cuánto más fraternales serían las relaciones entre los individuos, los pueblos y las naciones; cuánto más pacífica, más digna de Dios y de la naturaleza humana, creada a imagen y semejanza del Altísimo, sería la convivencia social!”