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San José, Padre y Guardián

José fue en verdad padre de Jesús, aunque no lo fuera de sangre. Su título de padre le es reconocido por el Espíritu Santo mediante la autoridad de la Palabra de Dios, y Jesús lo reconocía, obedeciéndole en todo. Dice el Evangelio que les estaba sujeto (Lc 2, 51), es decir, que obedecía a María y a José.

María reconoce también a José como padre de Jesús. Cuando lo encuentran en el templo, después de estar tres días buscándolo, María le dice: Mira, tu padre y yo, apenados, estábamos buscándote (Lc 2, 48). Aquí, hasta María antepone la autoridad del José a la suya, diciendo: Tu padre y yo.

José es consciente de su paternidad como padre de Jesús y asume su responsabilidad como venida de Dios. Cuando se le aparece el ángel, se dirige a él como jefe de familia para darle órdenes, que él cumple de inmediato y sin discutir.

La paternidad de José era indispensable en Nazaret para honrar la maternidad de María. En Belén para la circuncisión e imposición del nombre. En Jerusalén para presentar al primogénito en el templo y también era indispensable para el crecimiento de Jesús en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres (Lc 2, 52).

San José, obedeciendo a Dios, custodiando a María y siendo padre de Jesús, tomó parte activa en los misterios de la Encarnación y Redención.

San Bernardo dice de él: “Aquel a quien muchos profetas desearon ver y no vieron, oír y no oyeron, le fue dado a José, no sólo verlo y oírlo, sino llevarlo en brazos, guiarle los pasos, apretarlo contra su pecho, cubrirlo de besos y velar por Él”.

San José no podía ser un hombre cualquiera, pues para cumplir bien su misión, Dios le concedió las gracias que necesitaba. Necesitaba fuerzas físicas para cuidar su familia y procurar su alimento con el trabajo de cada día. Al casarse debía tener unos 30 años, estaba en la plenitud de sus fuerzas humanas para hacer frente a todas sus responsabilidades.

Antes de casarse, dice el Evangelio que José era un hombre justo (Mt 1,19). Quizás era un hombre santo, pero después del matrimonio con María, comenzó su carrera imparable hacia la santidad. El contacto diario con Jesús y María lo hizo llegar a alturas jamás imaginadas por él y que sólo Dios puede dar a quien ha entregado su vida entera a su servicio. Jamás hombre alguno podrá alcanzar en santidad a José, porque nadie ha podido amar tanto como él a sus dos grandes amores: Jesús y María. Por eso decimos, con total seguridad, que José es el más santo de los santos.

Jesús, María y José es la trinidad en la tierra. Tengamos siempre en el corazón y en los labios estos tres hermosísimos nombres.

Textos tomados del libro “San José, el más santo de los santos”