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Como un niño a quien su madre consuela

Dios Nuestro Señor es el verdadero y único consolador de la humanidad. 
No hay consuelo si no en Él y esto sucede porque no hay Verdad si no en Él. Fuimos creados en la Verdad y amados en la Verdad por nuestro Dios, que es Amor Eterno y sólo Él puede saciar nuestra hambre de felicidad verdadera  por completo.
Donde Él no está, reina la mentira. Y esta mentira sólo puede sembrar engaños  y desengaños en las almas y en los corazones. ¿Quién podrá darnos entonces verdad alguna que sacie de consuelos nuestro pobre corazón? nadie sino quien fue su creador y le dio el primer latido de vida. La Palabra misma es quien llena nuestra alma abierta a la sed de consuelo verdadero. 
¿Qué criatura habrá que colme estas esperanzas? Nadie. No es posible que lo temporal sacie el hambre de eternidad.



Es imposible sobrellevar la tristeza si el autor de la Vida, esto es la Verdad, no nos sostiene con su brazo todopoderoso. Sólo la Verdad nos hace libres completamente, libres de desconsuelos y tristezas, libres de opresiones injustas. Es sólo la Palabra hecha carne quien pone cada cosa en su sitio, quien dice verdad y quien nos muestra la verdad, porque Ella es la Verdad. 

Es por esto que la Verdad nos hace libres, porque tiene la capacidad de llenar el fondo de nuestra alma y ser consuelo cierto y eficaz. Tiene capacidad ilimitada de consuelo, por su esencia misma de certidumbre y veracidad única y auténtica.

Como un niño a quien su madre consuela. 
La capacidad de consuelo de una madre viene dada por la vinculación que la criatura que llevó en su seno durante largo tiempo, tuvo con ella. No hay nadie a quien más fuertemente hayamos estado vinculados. La prolongada gestación en el vientre materno crea lazos afectivos únicos. 
La madre fue creada por Dios y está hecha por Él para arropar, proteger, cuidar, defender, en definitiva está hecha para amar y para dar la vida por aquellos a quienes ama. 
¿A quién acudirá la criatura si no a su madre? ¿En quién buscará consuelo si no en ella? Ella es el origen de la propia vida, es el principio de la materia a partir de la cual se forma la persona, es la cuna de la vida. La madre verdadera ese ese "lugar" seguro, es ese "hogar" donde sabemos que nada ni nadie puede hacernos daño. Es la única criatura que se adelanta a consolar al hijo antes de que el hijo sienta la necesidad del consuelo.

Así os consolaré yo.
Así es el consuelo de Dios.
Así es su mano materna.
Así: adelantándose a la tristeza, saliendo al paso de las dificultades, apartando los obstáculos antes de que lleguen, arropándonos antes de sufrir el desconsuelo, protegiéndonos cuando somos atacados, cuidando y velando nuestro sueño, defendiendo nuestra vida con su propia vida. 
Así: Amándonos.

Y en Jerusalén seréis consolados.
En María Santísima somos amados.
En Jesús somos defendidos.
En la Iglesia única y verdadera somos cuidados.
En los Hermanos somos protegidos.
En el Espíritu Santo somos arropados. 
En esta Jerusalén de la tierra, adelanto de la de cielo, somos consolados.