Organizada por la Fraternidad de
Cristo Sacerdote y Santa María Reina se ha realizado una Peregrinación a Tierra
Santa desde el pasado día 2 de septiembre hasta el día 9.
Un grupo de 25 peregrinos de
Galicia (Barro, Marcón y Pontevedra), de Toledo y de Madrid han vivido esta
experiencia inolvidable de visitar los
Santos Lugares.
En la Tierra Santa se encuentran
los lugares en los que están plantadas las raíces de nuestra fe cristiana. Por
eso, visitar Tierra Santa es ir al encuentro de nuestras raíces para allí
renovar, fortalecer y avivar el mayor de los dones que poseemos: nuestra fe
Una, Santa, Católica y Apostólica.
Hace dos mil años Dios se
encarnó en el seno purísimo de la Virgen María. Dios se hizo hombre, nacido en
Belén, vecino de la aldea de Nazaret. Allí creció como un muchacho, vivió bajo
la autoridad de San José y de la Virgen. Allí compartió las alegrías, las
dificultades y las penas de sus familiares y vecinos. En Nazaret trabajó con
sus manos, y como todo ser humano experimentó en carne propia el cansancio y
las dificultades. A partir de la edad de treinta años, abandonó Nazaret e
inició un recorrido por todas las aldeas, pueblos y ciudades de Israel,
anunciando el Evangelio –Buena Noticia- del reino de Dios. Su mensaje de
Salvación no se quedaba sólo en palabras hermosas que la gente gustaba
escuchar, sino que la Buena Noticia la confirmaba con gestos que llenaban de
asombro y admiración a quienes los contemplaban: devolvía la vista a los
ciegos, hacía andar a los paralíticos, abría los oídos a los sordos, hizo
volver a la vida al hijo de la viuda de Naín y a su amigo Lázaro. Pero, sobre
todo, acogía en su compañía a los pecadores, llamándoles a la conversión y
otorgándoles el perdón de sus pecados, y enseñaba escandalosamente que Dios es
nuestro Padre que nos ama, que vela por cada uno de nosotros y que nos cuida.
El Hijo de Dios denunciaba abiertamente las injusticias y proclamaba bien alto
que los pobres y los humildes son los hijos predilectos de Dios que no les
dejará sin hacer justicia cuando llegue el momento debido y oportuno.
Allí, en su propia tierra, fuera
de las murallas de la Ciudad Santa de Jerusalén fue crucificado y de esa forma
nos redimió de nuestros pecados. Pero, también allí sucedió el mayor de los
milagros y la intervención más contundente de Dios en la historia: al tercer
día resucitó de entre los muertos y nos anunció que un día vendrá a juzgar al
mundo revestido de poder y gloria para impartir justicia.
Visitar la Tierra de Jesús es un
regalo que nos abre a la esperanza que tanto necesitamos. Es venerar cada una
de sus huellas y pisadas, y escuchar como en el aire de la Tierra Santa todavía
se percibe el eco de sus palabras: El que cree en Mí tendrá la vida eterna.