Su
Santidad Benedicto XVI ha convocado un AÑO
DE LA FE que comenzó el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario
de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de
Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013.
En
el Motu Proprio PORTA FIDEI, el Papa nos invita a todos a estudiar el
Catecismo. Desde los Sacerdotes hasta los Obispos, religiosos y consagrados y
todo fiel cristiano. Desde los niños más pequeños, hasta los ancianos, pasando
por los jóvenes y toda persona de edad madura.
La
importancia del estudio del catecismo viene dada porque nunca como ahora fue
tan atacada la Fe Católica, tan odiada y tan agredida desde fuera e incluso
desde dentro de la propia Iglesia. Tenemos la obligación como católicos de
estudiar el catecismo y refrescar en nuestra memoria las verdades de Fe, en
primer lugar para beneficio nuestro y en segundo lugar para bien de los demás,
a quienes debemos acercar a Dios con nuestras palabras y buenos ejemplos de
vida cristiana. Esta vida que se nos da, es un momento único: somos criaturas
inmortales porque nuestra alma no morirá jamás y según haya vivido y sea su
muerte (en amistad o enemistad con Dios), así será su eternidad.
¿Qué
debo hacer para ganar la vida eterna? ¿cuáles son las verdades de la fe
católica? ¿todas las religiones son iguales? … es muy necesario renovar en
nuestra mente las verdades de la Fe Católica, grabarlas en la memoria y
comprenderlas con el entendimiento, así la voluntad podrá elegir el camino
correcto, seguro, cierto y verdadero, para alcanzar el cielo.
“DIOS
QUIERE QUE TODOS LOS HOMBRES SE SALVEN Y LLEGUEN AL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD”
(1 Tim 2,4).
“EL
QUE CREA Y SE BAUTICE SE SALVARÁ, EL QUE SE RESISTA A CREER SERÁ CONDENADO” (Mc
16, 15-16)
Publicamos
aquí un pequeño fragmento del Motu Proprio “Porta fidei”:
10. Profesar
con la boca indica, a su vez, que la fe
implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar
nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor
para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por
las que se cree (…). La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda
evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la
propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y
fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso.
La misma
profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia.
En la fe de la comunidad cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de
la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación. Como
afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «“Creo”: Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada
creyente, principalmente en su bautismo. “Creemos”: Es la fe de la Iglesia
confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la
asamblea litúrgica de los creyentes. “Creo”, es también la Iglesia, nuestra
Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: “creo”,
“creemos”».
Como se
puede ver, el conocimiento de los
contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para
adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la
Iglesia. El conocimiento de la fe introduce en la totalidad del misterio
salvífico revelado por Dios. El asentimiento que se presta implica por tanto
que, cuando se cree, se acepta
libremente todo el misterio de la fe, ya que quien garantiza su verdad es
Dios mismo que se revela y da a conocer su misterio de amor.
Por otra
parte, no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún
no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido
último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un
auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que
conduce al misterio de Dios. La misma
razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y
permanece siempre». Esta exigencia constituye una invitación permanente,
inscrita indeleblemente en el corazón humano, a ponerse en camino para
encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya venido. La fe nos
invita y nos abre totalmente a este encuentro.