Lo más hermoso de esta vida de destierro es enamorarse de Dios, nuestro buen Dios, nuestro Creador, Salvador y Santificador. Nuestro Dios con Corazón tierno que llora cuando tú lloras igual que el amigo íntimo, igual que la madre buena.
Enamorarse de Dios trae la consecuencia de una alegría constante en el alma, donde todos los días hace sol y se goza de una temperatura agradable en lo más hondo del ser.
Enamorarse de Dios es el principio del enamoramiento de la creación y de las criaturas, reflejo de su hermosura infinita, donde se ve brillar a Dios en la bondad de las personas, en su bien hacer, en el buen querer, en la belleza, la ternura y el cariño, la dulzura y la fortaleza.
El verdadero enamoramiento de la criatura por Dios comienza en el alma. Primero el alma se encuentra con Dios en lo más profundo, muy dentro, en el centro de la propia persona; entonces la luz de Dios va inundando poco a poco a esa alma, va creciendo la gracia en ella a través de los Sacramentos, va creciendo el trato con Él a través de la oración. A la vez, el espíritu lo refiere todo a Él, practica las virtudes, comienza a gustar lo bueno y lo bello y luego el cuerpo se rinde a Dios por entero y se entrega a Él, de manera que se pone al servicio del prójimo en las obras de misericordia. En este momento es cuando se manifiesta el brillo de Dios, que fue creciendo desde dentro y que ahora sale hacia fuera en esa persona enamorada que busca la gloria del amado en todo.
Dios le sale por los poros, en la mirada está Él, mira como mira Él, está poseída por Dios. Él está en esa alma y sale hacia fuera de manera que contagia a quien la ve. Es el alma que tiene raíz, es el campo que recibió la semilla, enraizó en el centro del alma porque la tierra era buena, y ahora germina hacia fuera y brota y crece y produce los frutos buenos y abundantes del Espíritu.
Cuando la semilla cae entre espinos o en la piedra es como si cayera en la superficie del espíritu o del cuerpo, es la palabra que suena muy bonita, regala los oídos y gusta oírla, pero no brota en frutos buenos, porque no llegó al alma.
El alma enamorada de Dios está poseída por Él de tal manera que tiene como obsesión por agradarle, por alegrarle, por reparar ese Corazón que no recibe más que ingratitudes, y todo esto lo lleva a la práctica en el prójimo, de ahí vienen esas personas que no piensan en otra cosa más que en alegrar a los demás; en hacer agradable, a quienes le rodean, este paso por la vida; en hacer que otros se enamoren de Dios y poder así reparar su Corazón, amándole y acercándole almas para que le amen.
Amar a Dios de esta manera vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
El alma poseída por Dios, enamorada de Dios, es un sol que tiene la hoguera de su fuego en el centro del alma, en Dios mismo, y que ilumina y da calor a los que tiene a su lado. Es imposible vivir junto a un alma enamorada de Dios y no darse cuenta.
Hoy doy gracias a Dios por haber puesto almas así en el camino de mi vida.
Madre Ana Mª de la Santa Faz