La Virgen María fue virgen siempre: antes del parto, en el parto y
después del parto. Y por eso la llaman Virgen de las vírgenes, porque ninguna
puede serlo como ella, y Virgen Madre porque es su privilegio singular.
Las flores, cuando tienen fruto, pierden la flor, y no se ven en un
mismo sitio la flor y el fruto; pero la Virgen es la única flor que al mismo
tiempo tiene entre sus purísimos pétalos intactos e íntegros el fruto.
Por eso el profeta Ezequiel la presentó bajo la figura de la puerta
oriental del templo, de la cual le dijo el Señor: “Esta puerta está cerrada, no
se abrirá; no pasará por ella hombre; porque el Señor Dios de Israel ha entrado
por ella; y quedará cerrada”. ¿Qué significa, dice San Agustín, la puerta
cerrada en cada de David, sino que María será siempre intacta?
Es de notar, sin embargo, que en el Evangelio se le llama a Jesús el
primogénito de la Virgen, y San Mateo dice que la Virgen fue virgen antes de
dar a luz a su primogénito. Dicen así, porque realmente Jesús fue el
primogénito, y si bien entre nosotros, hablar de primogénito parece indicar que
hay otros que le siguen, entre los hebreos no era así y se llamaba primogénito
al primero, hubiese segundos o no hubiese.
También nos habla el Evangelio de los hermanos de Jesús; y algunos
herejes pretendieron probar, sin más fundamento, que la Virgen había tenido
otros hijos. Nada más falso e irreverente. Lo cierto es que “hermano” entre los
hebreos era lo mismo que entre nosotros “pariente” y aún muchas veces sólo
“amigo”.
Es pues la Virgen María, Virgen y Virgen Madre, y Virgen de las
vírgenes, y Virgen singular, Virgen antes del parto, en el parto y después del
parto.
Del catecismo del P. Vilariño