Así dice el
mensaje: “Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá
hasta Dios”.
El Corazón de
María es, por lo tanto, para todos sus hijos, el refugio y el camino para Dios.
Este refugio y este camino fueron anunciados por Dios a toda la humanidad,
después de la primera tentación.
Al Demonio, que
había tentado a los primeros seres humanos y los llevara a desobedecer a la
orden divina recibida, el Señor les dice: “Haré
reinar enemistad entre ti y la
mujer, entre tu linaje y el suyo. Ella te aplastará la cabeza cuando tu le
hieras en el calcañar” (Gen. 3,15).
La nueva
generación que nacerá de esta mujer, anunciada por Dios, ha de triunfar en la
lucha contra la generación de Satanás, hasta aplastarle la cabeza.
María
es la madre de esta nueva generación, como si fuera un nuevo árbol de la vida,
plantado por Dios en el huerto del mundo, para que todos los hijos puedan
alimentar de sus frutos.
Es
Cristo, el Verbo de Dios, donde toda la generación de este Corazón Inmaculado
se ha de alimentar, como dice Jesús: “Yo
soy el pan de vida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo
en él. Como el Padre que me envió vive y Yo vivo por el Padre, así, aquel que
me come vivirá por mí.”
Y
este vivir por Cristo es también vivir por María, porque Su Cuerpo y Su Sangre
los había tomado Jesús de María.
Esta es la generación de esta Mujer admirable: Cristo en Sí y en su
Cuerpo Místico y María es la Madre de esta descendencia destinada por Dios a
aplastar la cabeza de la serpiente infernal.
Vemos así cómo la devoción al Inmaculado Corazón de María se ha de
establecer en el mundo por una verdadera consagración de conversión y donación.
Cómo por la consagración, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y en la
Sangre de Cristo, y son bebidos como el vital en el Corazón de María. Es de
esta forma como este Corazón Inmaculado ha de ser para nosotros el refugio y el
camino para llegar a Dios.
Formamos así el cortejo de la nueva generación creada por Dios,
bebiendo la vida sobrenatural en la misma fuente germinadora en
el corazón de María, que es la
Madre de Cristo y de su Cuerpo Místico. De este modo somos verdaderamente
hermanos de Cristo, como Él mismo dice: “Mi
madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen”.
Y es de esta Palabra de donde nos viene la vida: “Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba
quien cree en mí. Como dice la Escritura, brotarán de su seno ríos de agua
viva”. En efecto se lee en el libro de Isaías: “Derramaré agua sobre la tierra árida, y los ríos sobre el suelo seco,
derramaré mi espíritu sobre tu posteridad, mi bendición sobre tus
descendientes”.
Esta tierra regada y bendecida es el Corazón Inmaculado de María, y
Dios quiere que nuestra devoción eche ahí raíces.
Sor Lucía del Corazón
Inmaculado
“Llamadas del mensaje”