Oh Dios, en cuya Pasión
fue traspasada de dolor la dulcísima alma de la gloriosa Virgen y Madre María,
según la profecía de Simeón; concedednos bondadosa-mente que los que veneramos
su Transfixión y sus dolores, alcancemos el feliz efecto de vuestra Pasión, por
los gloriosos méritos, súplicas e intercesión de todos los Santos que fueron
fieles en perseverar junto a la
Cruz.
Con
esta oración la Iglesia
se compadece de su Madre María Santísima. Ve la dulzura de su alma. Contempla
la extrema delicadeza de que fue dotada por Dios, delicadeza tanto más
necesaria en cuanto la misión que debía cumplir como Madre del Redentor: su
dolor de Corredentora
estaba así a la altura del Redentor. Igual que en Jesucristo no cupo más
sufrimiento, soportando todo lo que era posible hasta el extremo, así María
Santísima padeció en su alma todo cuanto podía una criatura humana. La extrema
amargura, representada en sus imágenes con un puñal, inundó su alma en extremo
dulcísima y esto es lo que nos invita a meditar la Iglesia en la
conmemoración de la
Transfixión.
La Iglesia ,
además ruega aquí a Dios por los hijos que se compadecen de su Madre Dolorosa y
pide para ellos que puedan alcanzar la gracia de la Redención. Para
ello le presenta los méritos conseguidos por todos los Santos en su
perseverancia junto a Dios en el sufrimiento. De esta manera la Iglesia nos está animando,
también a nosotros, a mantenernos firmes en los momentos de cruz, de dolor, en
la enfermedad o en cualquier tipo de tribulación que nos sobrevenga.
Nadie
está libre de padecimientos, unos sufrirán más y otros menos, la proporción
está en el amor: sufrirá más quien más ame, pero nadie dejará este mundo sin
haber sufrido. El mérito que podemos alcanzar con el dolor no está en el dolor
por sí mismo, sino en la manera de sobrellevarlo: en ser perseverantes en las buenas
obras y en el amor a Dios y al prójimo en medio de los padecimientos.
Jesús
y María nos enseñan cómo hacerlo: no maldicen la cruz sino que la aceptan, la
besan y la aman en cuanto instrumento de Redención. Jesús moría perdonando y
pidiendo perdón a quien le estaba matando “Padre
perdónalos, no saben lo que hacen”. Jesús y María no huyeron de la cruz ni
sufrieron “porque no quedó más remedio”. No, los dos padecieron conscientemente
por amor a nosotros pecadores, así también los Santos sufrieron por amor a los
pecadores, tenían ansia de colaborar con Cristo en la Redención. Y la Iglesia con esta oración
nos lo recuerda y nos encomienda a todos ellos. Aprendamos entonces a vivir
unidos a la Cruz ,
abrazándola y amándola, aprendamos a ser fieles a Dios en medio de las contrariedades
y privaciones. Seamos amigos leales de Jesús crucificado y buenos hijos de
María, nuestra Madre Dolorosa.