BENEDICTO XVI
Desde el horizonte infinito de
su amor, de hecho, Dios ha querido entrar en los límites de la historia y de la
condición humana, ha tomado un cuerpo y un corazón, para que podamos contemplar
y encontrar el infinito en el finito, el Misterio invisible e inefable en el
Corazón humano de Jesús, el Nazareno.
Toda persona necesita un
"centro" para su propia vida, un manantial de verdad y de bondad al
que recurrir ante la sucesión de las diferentes situaciones y en el cansancio
de la vida cotidiana.
Cada uno de nosotros, cuando se
detiene en silencio, necesita sentir no sólo el palpitar de su corazón, sino,
de manera más profunda, el palpitar de una presencia confiable, que se puede
percibir con los sentidos de la fe y que, sin embargo, es mucho más real: la presencia
de Cristo, corazón del mundo.
Junto al Sagrado Corazón de
Jesús, la liturgia nos invita a venerar el Corazón Inmaculado de María.
Encomendémonos siempre a ella con gran confianza.