Jesús instituyó la Eucaristía para darse a las
almas, para dar la vida sobrenatural, la santidad y la sabiduría de la santidad
a las almas. Y se da y comunica o infunde esas sus riquezas según las encuentra
dispuestas o preparadas.
La humildad es el fundamento y la medida del amor
del alma y de su limpieza o hermosura. La humildad le atrae. La Virgen nos lo
enseñó cuando dijo en su cántico de alabanza a Dios: Alaba mi alma a Dios,
llena de gozo, pues ha hecho en mí maravillas, porque miró la humildad de su
sierva.
La humildad es el fundamento y la medida del amor,
de la limpieza y de las ansias del alma por hacer la voluntad de Jesús y estar
unida en amor a Él. Jesús es el amor infinito, y llena de su amor y de las
virtudes al alma humilde, y establece en ella su morada de amor. La humildad
atrae al Rey del cielo, que viene para santificar el alma, para vivir en el
alma y hacerla un cielo por las virtudes. Un cielo donde El mora y está siempre
acrecentando la hermosura del alma y su amor. ¡Qué riquezas quiere poner en
todas las almas, si todas nos dispusiéramos ¡Vivid, oh Jesús, en mi alma y
hacedme cielo!
Santa Teresa de Jesús dice que la humildad es el
caballo que trae al Rey del cielo y le hace venir al alma, y establecer en ella
su morada. Jesús en la Encarnación fue el modelo de la humildad. Siendo Dios,
se hizo hombre. Es gran modelo de la humildad en la Eucaristía, convirtiéndola
sustancia del pan y del vino en su propio Cuerpo y Sangre con su divinidad,
para ser la vida sobrenatural del hombre.
Dios ha premiado muchas veces con manifiestos
milagros o mercedes extraordinarias la humildad especial de algunas almas, como
ha premiado a las ansias que tienen de recibirle y la limpieza de vida con que
le han recibido.
Deseaba recibirle una religiosa muy santa, de
Venecia, el día del Santísimo Cuerpo, y no siéndole posible por estar enferma,
Dios hizo que, diciendo en la Catedral la Misa solemne San Lorenzo Justiniano,
quedara suspenso ante la gente, y milagrosamente Dios le transportó por
bilocación a la celda de la religiosa y la dio la comunión a continuación de la
consagración. Premio de Dios a las almas con ansias de recibirle, no
escatimando los milagros para mostrarles su amor y vivir en ellas.
Muy conocido es cómo se preparaba San Luis Gonzaga a
recibir al Señor, empleando y llenando todo el día en darle gracias y en pensar
iba de nuevo a recibirle. Y en la vida de San Ignacio hace resaltar su primer
biógrafo que no consentía ni una pequeña distracción cuando se preparaba para
celebrar la Misa. Toda su atención estaba fija en Jesús a quien iba a recibir.
Del libro: LA
DIVINA EUCARISTÍA. Capítulo III -
JESÚS ENRIQUECE EL ALMA SEGÚN SEA LA HUMILDAD Y EL AMOR CON QUE SE LE
RECIBE.